El Códice Azcatitlan: una mirada a un libro de historia


Breve historia del códice

Dentro del rico patrimonio documental que se genera en la Nueva España en el siglo xvi sobresale el hoy llamado Códice Azcatitlan, brillante ejemplo de la nueva escritura que surge a raíz del encuentro entre los antiguos sistemas de escritura autóctonos con las nuevas formas escriturales de Europa.

El Códice Azcatitlán se elaboró en el Valle de México hacia la última parte del siglo xvi, con objeto de reseñar la historia de los grupos mexica desde la salida de su lugar de origen hasta los primeros años posteriores a la conquista española.

Como ha sucedido con muchos documentos pictográficos mexicanos a través del tiempo, el Azcatitlan ha sido propiedad de diferentes personas e instituciones a lo largo de sus más de cuatro siglos de vida; es posible que primero haya pertenecido a don Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, uno de los miembros más distinguidos de la alta nobleza indígena colonial, bisnieto de Nezahualpiltzintli de Texcoco y de Ixtlilxóchitl, figura clave en la conquista de México.

Letrado y erudito, Alva Ixtlilxóchitl figuraría de manera sobresaliente dentro del marco político y cultural de la sociedad indígena novohispana de principios del siglo xvii. Siendo un hombre público de relevancia, tuvo el cargo de gobernador de Texcoco, Tlalmanalco y de Chalco, así como el de solicitador de causas en la Real Audiencia.

Sin embargo, paralelamente a sus actividades políticas se desarrolló también en el campo de la historia, investigando con ahínco todo lo concerniente al pasado prehispánico, para lo que reunió una serie de códices, manuscritos y noticias del México antiguo, formando una colección documental de piezas indígenas excepcionalmente rica.

Al morir, los documentos de Alva Ixtlilxóchitl pasarían a manos de don Carlos de Sigüenza y Góngora, uno de los grandes sabios del barroco mexicano, quien a su vez heredaría su biblioteca a los jesuitas mexicanos.

De alguna manera, una importante parte de los fondos jesuíticos sería adquirida posteriormente por don Lorenzo Boturini Benaduci, caballero italiano quien viajó a la Nueva España en 1736 para atender ciertos negocios de la condesa de Moctezuma. Una vez allí, impresionado por la riqueza de las culturas autóctonas, decide escribir una historia de los pueblos anteriores a la conquista, para lo cual, empieza por buscar toda la documentación posible concerniente a los antiguos mexicanos. En dicho proceso, Boturini logra formar una de las más importantes compilaciones de documentos etnohistóricos de México de la que tenemos noticia.

A raíz de un malentendido surgido con las autoridades novohispanas por la intención de Boturini de promover la coronación a la Virgen de Guadalupe, el virrey don Pedro Cebrián y Agustín, conde de Fuenclara, ordena su deportación y la confiscación de su colección de documentos; así, a partir de 1743, dicha colección, formada de su propio peculio y a través de siete años de esfuerzos ininterrumpidos, queda resguardada en la Secretaría de Cámara del virreinato.

De vuelta en Europa y con la intención de rescatar sus valiosos documentos, Boturini hace un minucioso recuento de la colección, a la que llamaría “Catálogo del museo histórico indiano”, que incluye en su obra Idea de una nueva historia general de la América septentrional. En dicho catálogo menciona al Códice Azcatitlan como:

...Otro Mapa en papel europeo de 25 fojas, quizás traducido de otro antiguo. Explica la Historia Mexicana; la venida de sus gentes a la Nueva España; mansiones que hicieron en los lugares, con caracteres de los años y símbolos de los días; la llegada de los españoles, predicación del Santo Evangelio, y ritos de nuestra Sagrada Religión (Boturini, 1746, pág. 10).

Esta referencia, hecha en el siglo xviii, sería el primer registro formal del documento pictográfico al que hoy conocemos como Códice Azcatitlan.

Es posible que en algún momento posterior, el códice haya salido del resguardo de la Secretaría de Cámara, ya que existen indicios de que algunos otros estudiosos de las antigüedades mexicanas tuvieron el documento por algún tiempo. En este caso estarían Mariano Veytia, Antonio León y Gama, quien hizo una copia directa del códice, y el padre Pichardo, quien también lo copió; ambas copias se encuentran, al igual que el original, resguardadas en la Biblioteca Nacional de Francia (la copia de León y Gama está en los fondos mexicanos con el número 90-1; la del Padre Pichardo, con el número 89-3).

Más adelante, hacia la primera mitad del siglo xix, el códice quedaría en manos de Joseph Marius Alexis Aubin, director de la sección de ciencias de la Escuela Normal Superior de París, quien originalmente llega a México con propósitos de investigación en el campo de la física y la astronomía, pero que al ponerse en contacto con el tema del México antiguo cambia sus intereses, centrándose en la investigación histórica (Graulich, 1995, pág. 18).

Así, emulando a Boturini, el profesor Aubin reúne una buena cantidad de documentos y manuscritos indígenas, algunos provenientes precisamente de la famosa colección del sabio italiano; desafortunadamente, en 1840 Aubin se lleva toda la colección a Francia, donde la vende a Eugène Goupil; para finales de siglo, la viuda de Goupil la dona a la Biblioteca Nacional de Francia, donde hasta la fecha se conserva en la sala de manuscritos orientales; el documento de nuestro interés está registrado dentro de la colección de fondos mexicanos con el número 59-64.

El tema del códice

El Azcatitlan es un libro de historia, ya que como se mencionó relata el acontecer del pueblo mexica desde el momento en el que sus dirigentes deciden salir de su lugar de origen para buscar mejores horizontes. Así, en sus páginas se reseñan con detalle las vicisitudes de su “peregrinación”, su establecimiento en Tenochtitlan y los primeros años posteriores a la conquista española. Haciendo una lectura global del documento, me atrevería a proponer que la información estuvo organizada en tres grandes temas de la siguiente manera:

Introducción

Primero se presenta una especie de introducción (lámina 1), en la que aparecen tres grandes señores sin identificación, ante los que nos preguntamos si podrían ser los tlatoanis de la Triple Alianza.

I. La migración

Una primera parte (láminas 2 a 25), que me permito llamar “la migración”, consta de trece grandes escenas, en las que se va narrando la historia de la marcha de los mexicas desde su salida de Aztlán hasta la llegada a Tenochtitlan, sitio de su último asentamiento, considerado míticamente como la tierra prometida. El códice reseña los pormenores de su prolongada peregrinación, al ir pasando por diferentes sitios en los que los mexicas sufren diversas experiencias, algunas de gran dramatismo, lo que redundará eventualmente en la plena maduración del grupo.

La primera escena de esta sección es de gran importancia para la historia del México antiguo, ya que detalla el momento clave de la gran decisión: abandonar su tierra (Figura 1). La lámina muestra los elementos principales mencionados en varias fuentes, como la calidad insular de su tierra de origen, la presencia de un cerro en la isla, la potestad de Huitzilopochtli sobre el grupo, la controversia que seguramente ocurrió entre los pobladores antes de tomar la decisión de abandonar la isla, seguramente Aztlán.

Parte importante de la información se refiere a la organización cuatripartita de las tribus que emprenden el viaje, los chalmeca (identificados con un glifo formado por un chalchihuitl atravesado por una cuerda), los cihuatecpaneca (identificados por dos ollas en forma de biznaga), los tlacohcalca (con dos dardos) y los tepaneca (con una bandera).

Punto importante y fuente de discusión en esta escena es el glifo, posiblemente topónimo, que se encuentra en la parte media del cerro: está formado por una superficie arenosa, un insecto (¿hormiga?) y un tercer elemento en forma de cuerno no identificado. El escribano del códice lo identifica como Azcatitla; Barlow, corrigiendo la ortografía del escribano, lo leyó como Azcatitlan y bautizó el códice con este nombre; siguen, empero las dudas a este respecto. Graulich opina que dicho glifo debería leerse como Azcapotzalco y propone para identificar Aztlan la aztapilli o caña que está ilustrada en la parte derecha de la lámina, rematando una de las pirámides de esta escena, lo que es sumamente interesante; basándose en fuentes de primer orden, Graulich explica que las plantas conocidas como aztapilli tenían la peculiaridad de ser muy blancas, como también la tenía Aztlán al que se identificaba precisamente por su blancura, de lo que se desprende la analogía (Graulich, 1995, págs. 40 y 42, nota 7).

Le siguen a ésta, una serie de 12 escenas más, en las que se narra detalladamente cada una de las etapas de la peregrinación, las fechas de estancia en los diferentes puntos que van tocando los peregrinos, las rutas tomadas, la topografía y la orografía; la flora y la fauna de la localidad; la vida cotidiana, los festejos del “fuego nuevo” y sobre todo los sucesos de carácter bélico.

De acuerdo al Azcatitlan, los mexicas pasaron, entre otros, por los siguientes puntos, ilustrados con sus respectivas pictografías: Colhuacan, Tepemaxalco, Chicomoztoc, Coatlycamac, Huixachtitlan, Huacaltepec, Cohuatepec, Tezcatepec, Xiuhcococan, Tollan, Huehuetoca, Tlemaco, Apazco, Tzonpanco, Xaltocan, Ecatepec, Tecpayocan, Yohualtécatl, Pantitlan, Tepetzinco, Tenayuca, Chapultepec, Coyohuacan, Acoco, Colhuacan, Contitlan, Acatzintla y Tizapan.


II. La historia de Tenochtitlan

Una segunda parte (p. 26 a 50) contiene el relato pormenorizado de la historia de México Tenochtitlan, vista a través de los nueve tlatoanis que la gobernaron, desde Acamapichtli hasta Moctezuma II, último señor de la dinastía tenochca.

El énfasis está constantemente enfocado en torno a las victorias militares de cada periodo “tlatoani”, aunque también se incluyen algunas de las obras civiles importantes efectuadas en las distintas épocas; paralela a ésta y de manera un cuanto somera, se incluyen breves comentarios sobre Tlatelolco, la ciudad gemela de Tenochtitlan.

La primera escena de esta segunda parte (Figura 2) se centra en la entronización formal de Acamapichtli, como símbolo de la autonomía del señorío tenochca. Se trata de una lámina muy bien lograda en la que sobresale la majestad de Acamapichtli, presentado con todos los atributos reales; está en posición sedente sobre un icpalli cubierto con piel de ocelote y ataviado con toda propiedad; lleva su taparrabos o maxtlatl, calza sandalias o cactli y lleva una tilma diseñada con rostro y garras diabólicas, a la manera europea. Cubre su cabeza con una diadema o copilli propia de su jerarquía, y lleva el pelo en forma de temillotl, anudado en la parte superior de la cabeza, como acostumbraban los guerreros tenochcas; lleva asimismo un bastón de mando en la mano izquierda, y con la derecha marca una actitud autoritaria; a manera de alhajas, usa nariguera y ajorcas en las piernas.

Detrás del personaje emerge un nopal sembrado sobre una piedra, topónimo de y símbolo glorioso de Tenochtitlan; sobre éste, a su vez, se incluyó el glifo antropónimo de Acamapichtli (“puñado de cañas”), ilustrado por medio de una mano que sujeta fuertemente tres cañas o flechas, de donde deriva su nombre.

Frente a Acamapichtli (1376-1398) se despliega la historia de su mandato, dividida en dos aspectos: por un lado, las construcciones civiles de infraestructura urbana hechas durante su periodo, especialmente las obras hidráulicas. Destaca la figura del arquitecto indígena, con su plano al frente y en actitud autoritaria respecto a sus obreros. El otro aspecto de la escena que sería de mayor importancia (como también sucede en las ocho escenas subsiguientes), es el recuento de los triunfos bélicos de los tenochca, que les permitieron primero lograr su autonomía política y fiscal y luego convertirse en el poder hegemónico de la cuenca de México.
Cabe señalar en esta lámina la presencia de Tezozomoc, el señor de Azcapotzalco al que Tenochtitlan debía servidumbre fiscal. Aparece en dos momentos: en vida y después de su muerte. Están presentes también dos de sus hijos: Maxtlatl, personaje conflictivo, y Cuacuapitzahuac, quien fue señor de Tlatelolco, presidiendo sobre la construcción del templo de Tlatelolco, seguramente la obra más importante de su época.

Justo por debajo de Tezozomoc aparece por segunda vez Acamapichtli, pero ya difunto, envuelto en el petate mortuorio, lo que señala el fin de su mandato, para continuar en la siguiente escena con Huitzilihuitl, quien lo sucedería en el trono tenochca.

Similar a ésta, siguen una serie de ocho escenas más, que conservan el mismo esquema; de lado izquierdo se presenta al tlatoani con sus atributos reales, y hacia la derecha los eventos sobresalientes de su reinado, siempre haciendo énfasis en los triunfos militares.

La última escena de esta parte muestra a Moctezuma Xocoyotzin (1502-1520), noveno y último señor de la dinastía tenochca antes de la caída del señorío como resultado de la conquista española (Figura 3).


III. La Nueva España

Una tercera sección, a la que doy el nombre de “Nueva España”, comprende información referente a la llegada de los españoles al valle de México en 1519. Como es de todos conocido, la presencia europea en el Anáhuac provocó una verdadera revolución política, económica y cultural, lo que se refleja en esta parte del Códice Azcatitlan (Figura 4), formada por seis escenas, la primera de las cuales narra el momento inicial en el que se encuentran Cortés y Moctezuma (aunque la parte de Moctezuma está perdida). Se trata de una bellísima lámina en la que aparecen los siguientes personajes:

1) Malintzin, mejor conocida como la Malinche, encabezando el grupo de personajes españoles con gran distinción; está ataviada con un lujoso huipilli adornado en el pecho con el acostumbrado tochomitl, una obra de entretejido que consistía en aplicar con gran cuidado finísimas hebras de pelo de pecho de conejo, lo cual daba como resultado una textura similar a la seda del Oriente. El huipilli está también ribeteado con ciertas decoraciones en la parte inferior; la figura de Malintzin está ligeramente incompleta, lo que se debe a que originalmente hubo una segunda sección de la lámina, que hoy está perdida.

2) Un conquistador. Le sigue a Malintzin un caballero, del que sólo se vislumbra la cabeza y el torso, completamente cubiertos con yelmo y armadura, respectivamente.

3) Hernán Cortés. Emerge perfectamente dibujado portando su armadura, aunque al contrario del primer caballero, lleva la cabeza descubierta y en actitud de saludo. Cabe la posibilidad de que la lámina faltante haya estado dedicada al grupo indígena que recibió a los españoles cuando su primer encuentro en las afueras de la ciudad de México; es probable que en esta lámina perdida estuviera el huey tlatoani de México, Moctezuma, rodeado de su séquito, recibiendo a los extranjeros; por esa razón la figura de Cortés aparecería en actitud de saludo y la de la Malinche en actitud de presentación.

4) Los capitanes. Detrás de Cortés se inicia el grupo de ocho capitanes, seguramente miembros distinguidos de su estado mayor, todos con armadura completa y escudos; tres de ellos llevan alabardas y dos más, lanzas.

5) El sobrestante. Llama la atención la presencia minuciosamente ilustrada de un personaje negro, probablemente palafrenero o sobrestante de Cortés, ya que lleva de la brida el único caballo que allí aparece, por cierto desproporcionadamente pequeño.

6) Los tamemes. Tres cargadores rematan el cortejo, simbolizando el apoyo logístico de la expedición; ataviados, como era la costumbre, solamente con un maxtlatl, ya que los cargadores o tamemes constituían el segmento más depauperado dentro de la estructura social indígena; dos de los “tamemes” van descalzos y el otro usa cactli; los tres van cargando pesados bultos sobre sus espaldas, uno de ellos guajolotes y los otros tortillas y huevos.

7) El pendón. Punto central de la lámina es el espléndido pendón del contingente castellano; se trata de una insignia de fondo escarlata del que emerge una paloma blanca que simboliza al Espíritu Santo, tercera persona de la Santísima Trinidad.

La segunda escena de la última sección del códice hace el relato de la matanza ocurrida durante la fiesta de Toxcatl, durante la cual los españoles, al mando de Pedro de Alvarado, atacan a la nobleza indígena reunida en el Templo Mayor para el festejo; en esta escena falta la sección de lado izquierdo.

Una tercera escena presenta una acción bélica ocurrida entre indios y conquistadores, que podría referirse tal vez al sitio de México con la importante presencia de uno de los bergantines como factor decisivo en la estrategia cortesiana; también en este caso falta una página.

La cuarta escena (Figura 5) muestra una vista seguramente de Tenochtitlan, en la que aparecen cuatro grandes damas, lujosamente ataviadas, mirando desde la azotea de sus casas, mientras que otras tres, acompañadas por sus criados, navegan en canoas, posiblemente en actitud de huida.

Una quinta escena se centra en el tema de la evangelización, pero resaltando una serie
de elementos indígenas, como el palo volador (Figura 6).

La sexta y última escena muestra varias figuras de españoles a caballo, uno de ellos clérigo, y otra más que parece ser una dama; están también un individuo ahorcado y otro en proceso de castigo sobre el cadalso; en la parte superior está un tlatoani con los atributos reales, como compete a su jerarquía.

Descripción del documento

El códice está hecho sobre 25 folios de papel europeo, lo que da como resultado un total de 50 páginas de 21 centímetros de ancho por 28 de alto, en las que no se detecta ninguna marca de agua.

El diseño del documento se hizo usando siempre dos páginas colindantes para mostrar una sola escena, de manera que para leerlo con comodidad se debe abrir completamente; cabe señalar que originalmente debe haber tenido 56 páginas, seis de las cuales se extraviaron en algún momento de su historia; así, no existen hoy ciertas escenas que debieron haber estado colocadas de las manera siguiente: la que estuvo entre las láminas 4 y la 5, entre la 22 y la 23 y entre la 23 y la 24.

Existen dos numeraciones en todas las fojas, porque seguramente fueron dos los catalogadores del códice que lo trabajaron en diferentes épocas. Una de las numeraciones consigna todas las páginas, dando un total de 50, mientras que la otra, hecha en tinta roja y colocada en el extremo superior derecho de la foja, toma en cuenta solamente los folios, lo que dio como resultado final 25 folios; cabe señalar que ninguna de las dos numeraciones tomó en cuenta las seis páginas faltantes, por lo que seguramente la pérdida de las hojas ocurrió antes de las numeraciones y en un momento temprano, aun antes de que lo adquiriera Boturini, ya que él lo registra como un documento de “...25 fojas” (Boturini, 1746). En este texto se usa la numeración que va de la lámina 1 a la 50.

Trece páginas muestran el ex libris de la colección Aubin Goupil, y otras cuatro ostentan las iniciales “R. F.” (Republique Française) que aparece en otros documentos de la sección de manuscritos de la Biblioteca Nacional de Francia (Figura 7). En la página 2 está también la firma de Eugène Goupil, fechada en París en 1889, cuando adquiere el códice como parte de la gran colección de J. M. Alexis Aubin.

El estado de conservación es excelente, aunque tiene algunas salpicaduras, pequeñas manchas y ciertas áreas oscurecidas hacia el ángulo inferior derecho, ocasionadas por el uso cotidiano del documento; asimismo se detecta desgaste en la parte perimetral de las hojas, especialmente en la primera, la segunda y la última, en la que se nota una ausencia de material importante, lo que provocó desgraciadamente cierta pérdida de información; todas las otras hojas están completas y se pueden leer con claridad.

El códice se encuentra actualmente encuadernado dentro de pastas de piel de color rojizo.

Los tlacuilos, el escribano y el investigador

Como ya lo comentaron Robert Barlow (1949) y Michel Graulich (1995, pág. 22), es posible que en la elaboración del códice hayan tomado parte dos tlacuilos diferentes, ya que salta a la vista la presencia de dos calidades gráficas a través de sus páginas.

Hubo un primer especialista competente y sumamente diestro que se encargó de hacer la primera sección desde la página 1 hasta la mitad de la página10; este mismo especialista trabajó también la última parte del códice, desde la página 23 hasta la 50. No deja de llamar la atención la forma de trabajo usado por este tlacuilo, tomando en cuenta que la primera página está inconclusa, mientras que páginas posteriores, como la 2 y 3 o la 48 y 49 sí están terminadas.

Este tlacuilo “maestro”, influenciado ya por las técnicas europeas, incursionó entusiasmado en el campo de la perspectiva ensayándola en algunas ilustraciones arquitectónicas; usó también el sombreado para dar mayor volumen a las imágenes; algunas de sus figuras humanas están de escorzo y con bastante movimiento.

Es notorio, empero, el manejo del espacio de este primer tlacuilo o tlacuilo maestro, ya que muestra ciertos contrastes; en algunas escenas optó por cubrir todo el papel, en un estilo abigarrado y profundamente complicado, casi podríamos decir estridente, como el de la página 9 (Figura 5), en la que aparecen ocho personajes, dos damas vestidas de huipil, cargando sendos bultos en la espalda (uno de los cuales sería su dios, como se señala en la glosa que dice “quimamainteo”). Aparecen también seis caballeros, dos de ellos portando su chimalli, sobre un paisaje arbolado de rica flora que incluye distintos tipos de pinos, magueyes, un nopal y una biznaga. Se trata evidentemente de una zona montañosa poblada de ocelotes, pumas, conejos y águilas.

Sin embargo, páginas más adelante, el mismo tlacuilo decide usar un estilo mesurado, discreto y muy moderado, como el de la página 31 (fig. 8), en la que aparece Chimalpopoca muerto, amortajado y frente a otro personaje también muerto de identificación desconocida.

Hubo además un segundo tlacuilo que intervino en el Azcatitlan, aunque sensiblemente menos diestro que el primero, por lo que se podría pensar que era un aprendiz; éste dibujó la parte central del códice, desde la segunda mitad de la página 10 hasta la 22 (Figura 9). Su tratamiento de las figuras humanas es muy simple; pinta las facciones de las caras sin proporción, su vestuario es extremadamente sencillo y usa el color con cierta timidez; en cuanto al manejo del espacio, muestra constancia y uniformidad.

En añadidura a los dos tlacuilos que hicieron las pictografías del códice, trabajó también en él un escribano que se ocupó de añadir una serie de glosas para ilustrar con mayor precisión algunos topónimos y antropónimos del códice, así como algunas notas explicativas de ciertos eventos históricos ocurridos durante la migración; también incluyó guarismos occidentales dentro de los cuadretes que marcan las fechas calendáricas de los eventos reseñados en el Azcatitlan.

Es importante resaltar que las glosas disminuyen sensiblemente a partir de la lámina 24, para desaparecer totalmente de la página 30 en adelante, por lo que se podría preguntar a este respecto, si la desaparición de dichas notas se debió a falta de tiempo del escribano, tomando en cuenta que también hay áreas inconclusas en las pictografías o a que se consideró que el tema histórico tratado en la última sección del códice no requería apoyo caligráfico.

Por otro lado, es de notar que el trabajo del escribano es de primera calidad; salta a la vista un magnífico dominio de la letra que parece ser de finales del siglo xvi, ya que es muy similar a la de uno de los escribanos del Códice Cozcatzin, como ya lo señaló Graulich (1995, pág. 16); cabría preguntar si sería la misma persona la que intervino en ambos documentos.

En algún momento posterior a la elaboración del documento, alguien, seguramente un investigador, se tomó la libertad de añadir ciertos “apuntes” informales, en las páginas 4, 5, 8, 13, 20, 21 y 25 (Figura 5), lo que se hizo evidentemente en un proceso de análisis del documento, en especial de los glifos antropónimos. Tomando en cuenta que dichos apuntes parecen estar en francés, podría suponerse que los hizo Aubin cuando tuvo la posesión del códice o Eugène Boban, quien se encargó de hacer el catálogo de la colección comprada a Aubin en 1889.

El color

En general, los especialistas que trabajaron el códice optaron por usar una paleta cromática discreta, salvo en el uso de los rojos, que fueron aplicados con especial brillantez; es posible que hayan obtenido sus rojos del nocheztli, que se acostumbraba sacar de la cochinilla (Coccus cacti), aunque también del huitzcuauitl (Haematoxylum campechianum) o del tezhuatl (Conostegia xalapensis, miconia laevigata). El resto de los colores se usó con mesura; hay amarillos, cafés, grises en distintos matices y algunas tonalidades azul verde, probablemente logrados con matlalin (Comelina pallida, C. Tuberosa, C. Erecta) (Sarabia Viejo, 1994, pág. 21).
El color de las figuras humanas es bastante natural, dentro de gradaciones que tienden a ser claras y uniformes; el perfil de todas las pictografías se marcó con la clásica línea de contorno acostumbrada en este tipo de documentos, hecha probablemente a base del tizne del pino o del ocote, un colorante de origen mineral llamado tlilli o bien el tezcatlalli o tezcatlilli, que se mezclaba con tzacuhtli, que actuaba como fijador (Sarabia Viejo, 1994, pág. 21).

Estudios y publicaciones del Códice Azcatitlan

Siglo xviii

Varios han sido los trabajos y las publicaciones que han emergido de este códice a través de los años, empezando por las copias que en el siglo xviii hicieron Antonio de León y Gama y el padre Pichardo; dichas copias se conservan hoy en la Biblioteca Nacional de Francia, registradas dentro de los fondos mexicanos con los números 90-1 y 89-3, respectivamente.

Siglo xix

Un siglo después, Eugène Boban lo incluyó en el catálogo que hiciera por encargo de Eugène Goupil, intitulado, Documents pour servir à l’histoire du Mexique. Catalogue raisonné de la collection de M.E. Eugène Goupil (ancienne collection J.M. A Aubin). París, Ernest Leroux, 1891.

Siglo xx

En la primera parte del siglo xx, el antropólogo Robert Barlow lo publica completo por vez primera en el Journal de la Société des Américanistes, n. S. 38: 101-35, en 1949, con varias reproducciones a color de las láminas del códice.Donald Robertson comenta el códice en su obra Mexican manuscript painting of the early colonial period: The metropolitan schools, New Haven, 1959, en donde incluye las páginas 47 y 48 del Azcatitlan.

Robert Athearn publicó tres páginas del códice en “The American Heritage new illustrated history of the United States, Vol. 1 The New World, Nueva York, Dell, 1963.

Irwin R. Blacker publicó dos láminas a color en la obra intitulada Cortes and the Aztec conquest. (A Horizontal Caravel Book), Nueva York, American Heritage y Harper & Row, 1965.

Michel Graulich, con especial erudición, hizo la “Introducción” a la primera edición facsimilar completa que se haya publicado del Codex Azcatitlan, en la que se rescatan nuevamente los comentarios de Barlow de 1949; la edición salió con el pie de imprenta de la Biblioteca Nacional de Francia y la Société des Américanistes, ambas festejando los cien años del Journal de la Société, en 1995.

Bibliografía

Barlow, Robert (1949), “Comentario”, Journal de la Société des Américanistes, tomo xxxviii.

Barlow, Robert (1990), Obras, vol. 3, Los mexicas y la Triple Alianza, Jesús Monjarás Ruiz et al., México y Puebla, Instituto Nacional de Antropología e Historia, Universidad de las Américas.

Barlow, Robert (1995), “Comentario”, en Códex Azcatitlan, “Introducción” de Michel Graulich. Traducción al español de Leo- nardo López Luján, traducción francesa de Dominique Michelet, Bibliothèque Nationale de France/Société des Américanistes, París.

Boturini, Lorenzo (1746), Idea de una nueva historia general de la América septentrional, Madrid, en la Imprenta de Juan de Zúñiga; (1986), Idea de una nueva historia general de la América septentrional, estudio preliminar por Miguel León Portilla, México, Porrúa, segunda edición.

Fray Diego Durán (1967), Historia de las Indias de Nueva España e Islas de Tierra Firme, México, Porrúa. Graulich, Michel (1995), Códice Azcatitlan, “Introducción”, Bi- bliothèque Nationale de France/Société des Américanistes, París.

Sarabia Viejo, Ma. Justina (1994), La grana y el añil. Técnicas tintóreas en México y América Central, Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos.

 


Ana Rita Valero de García Lascuráin es doctora en antropología y profesora titular de la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Ha centrado su interés académico en el estudio de códices coloniales del centro de México, así como en el desarrollo urbano de la primera época virreinal; asimismo trabaja en el tema del guadalupanismo mexicano. Actualmente es directora del Archivo Histórico “José Ma. Basagoiti Noriega” del Colegio de San Ignacio de Loyola (Vizcainas).