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Presentaciones y charlas con los autores







En el continente americano, los grupos sociales que habitaban el territorio conocido actualmente como México lograron una complejidad que se manifiesta en los restos materiales que han sobrevivido hasta nuestros días.

Dentro de ellos, no deja de sorprender la sabiduría que se plasmó en sus libros multicolores, conocidos actualmente como códices. Estos materiales constituyen una de las fuentes más ricas para conocer sus historias, sus conocimientos astronómicos, su religión y su organización social, entre otros temas.

Los libros o códices son un ejemplo de complejidad, tanto en su diseño como en su contenido. En ellos se plasmó su sistema de escritura. Su estudio requiere de largos periodos de análisis para que los investigadores contemporáneos aporten información que muestre lo valioso de estos textos indígenas. Afortunadamente, varias publicaciones actuales señalan la importancia de la documentación pictográfica como materiales que pueden aportar información novedosa y relevante sobre la vida de los indígenas mesoamericanos.

A pesar de la gran pérdida que fue la destrucción sistemática en el centro de México de la documentación generada antes de la conquista, existen documentos elaborados en los primeros años de la colonia que conservan parte de la tradición pictográfica y que registran eventos de la sociedad indígena prehispánica.

Los avances logrados en el estudio de los códices permiten hablar de la generación de materiales producidos por diversos grupos étnicos en diferentes momentos históricos. Si bien cada uno de ellos presenta elementos característicos que los definen, se puede hablar también de varios de ellos que comparten y que señalan la persistencia de ciertos glifos a lo largo del territorio mesoamericano durante varios periodos. Así, se reconocen entre otros los documentos mayas, mixtecos, zapotecos y nahuas. Son precisamente estos últimos el motivo del presente texto.

Los códices del Acolhuacan

Estos documentos se han catalogado bajo diferentes rubros. Donald Robertson los clasificó como parte de una escuela, de un estilo, al que llamó “escuela de Texcoco”; Alexis Aubin los clasificó como “mapas”, y bajo este término han sido incluidos en varios catálogos.

Esta documentación permite el acercamiento a uno de los señoríos más importantes al momento del contacto. Era una de las tres grandes potencias en el siglo xvi, y su capital se encontraba en la ciudad de Tezcoco.

Personajes como Xolotl y sus descendientes Nopaltzin, Tlotzin, Quinatzin, Ixtlilxochitl y Nezahualcoyotl, entre otros, son protagonistas de una historia que está contextualizada entre poblaciones, montañas y lagos

Son numerosas la referencias en los textos de los cronistas y conquistadores en los que se describe con bastante detalle y mucho asombro la ciudad de Tezcoco, sus palacios, sus mercados y sus gobernantes. De ella sabemos que era la sede de una compleja organización ge-
nerada por personajes de origen chichimeca como Xolotl, Tlotzin y Quinatzin. Estos líderes de su tiempo entraron procedentes del norte y se contactaron con grupos de alta cultura asentados en la cuenca de México, reconocidos como toltecas. De esta convivencia, mencionan las fuentes, surgió un grupo poderoso que, aliado con los gobernantes de Tenochtitlan y Tlacopan, consolidó una posición he-gemónica en gran parte del territorio mesoamericano.

Su historia, narrada y anotada por los propios indígenas, se encuentra actualmente plasmada en los códices conocidos como Xolotl, Quinatzin y Tlotzin. En ellos, la época prehispánica aparece como el protagonista central. Otro documento que trasciende hasta los primeros años de la conquista es el llamado Códice en Cruz, en el que se anotan eventos sucedidos entre los años 1402 y 1555.

Con este conjunto se puede tener un acercamiento a ese pasado que se inicia con los grupos chichimecas y termina con el registro de los soldados españoles, las barcas, la viruela, la evangelización y la llegada de los funcionarios europeos.

Los códices

Los códices mencionados presentan una gama de soportes en los que predominan los materiales de origen prehispánico, como el papel amate o amatl, obtenido del árbol denominado Ficus. La piel de venado fue también utilizada como soporte para deslizar en su superficie el pincel y los colores. El formato y el tamaño de los códices muestran notables variantes; el uso del color hace singular a cada uno de ellos.

Es importante mencionar que todos ellos se encuentran actualmente como parte del acervo del Fondo Mexicano de la División Oriental de la Biblioteca Nacio-nal de Francia, en París. El momento de su elaboración y su llegada a tierras europeas responde a diversos intereses, no del todo conocidos. La referencia más común se remonta a registrarlos como parte de la Colección Boturini. Esta colección, reunida por don Lorenzo Boturini Benaducci y cuya dispersión pasó por manos de diversos coleccionistas, llegó a Francia en el siglo xix.

El Códice Xolotl, que ha sido objeto de numerosos estudios y referencias (Dibble, 1996) parece el documento mayor, tanto por sus ocho láminas como por su contenido. En él se reconstruye una historia que se remonta al siglo xii. Anota tanto eventos de migración como de fundación de ciudades, alianzas matrimoniales, batallas y consolidación del señorío tezcocano. Personajes como Xolotl y sus descendientes Nopaltzin, Tlotzin, Quinatzin, Ixtlilxochitl y Nezahualcoyotl, entre otros, son protagonistas de una historia que está contextualizada entre poblaciones, montañas y lagos (Figura 1).

A diferencia del códice Xolotl, el códice conocido como Mapa Quinatzin anota con menor detalle los eventos de la llegada de los chichimecas al centro de México, pero hace énfasis en sus características como guerreros y cazadores especializados. En dos láminas pegadas sobre un mismo soporte que mide 77 por 44 centímetros, el tlacuilo o escritor-pintor registró a los diferentes grupos que dialogaron y se establecieron entre los chichimecas. Mediante glifos coloreados, tlailotlacas, chimalpanecas, huiznahuas, tepanecas y mexitin aparecen en la primera lámina. Las diferencias en el atuendo y en el número de vírgulas emanadas de la boca de los personajes indica sus diferentes rangos y diverso origen. Temas como el énfasis en la agricul-
tura y la importancia de la tradición tolteca son señalados en esta lámina (Figura 2).

La presencia de una cueva en la parte central va a ser un elemento que se repite en el Códice Tlotzin. Con ello se hace referencia al origen, personificado en una pareja acompañada de un bebé.

La segunda lámina de este códice muestra el llamado Palacio de Nezahualcoyotl (Figura 3).

Sin embargo, es necesario enfatizar que esta imagen representa sólo un fragmento de dicha construcción, que se describe con detalle en el texto de Fernando de Alva Ixtlilxochitl. La complejidad del señorío encabezado por Nezahualcoyotl y más tarde por su hijo Nezahualpilli es magistralmente anotada; en él se observan las diferentes salas de su palacio como un reflejo de la organización estatal y del consejo de nobles que constituían el poder político de Tezcoco. Sus aliados son anotados cada uno con sus antropónimos o nombres y los topónimos o nombres de lugar, tanto de aliados como de tributarios.

Una tercera lámina, conocida como de “delitos y castigos” muestra diversos temas que señalan tanto el aspecto jurídico como militar. El robo en sus diversas modalidades, el adulterio, las sanciones y la presencia de jueces ante los cuales acudían tanto hombres nobles como mujeres se hacen presentes (Figuras 4 y 4a).

La guerra y de los diversos rangos y grupos militares definidos como caballeros águila y caballeros tigre, asociados a Tezcoco, Tlacopan y Tencochtitlan, aparecen anotados en uno de sus espacios. Igualmente, la supremacía militar de los gobernantes de Tenochtitlan y Tlacopan, así como la derrota y sometimiento de las ciudades tepanecas como Xochimilco, Tultitlan y Coyoacan, entre otras, encabezan las imágenes de esta lámina (para una descripción y análisis más detallados, véase Mohar, 2004).

Con este conjunto, se presenta un panorama amplio y rico del cual se desprenden una diversidad de temas que reflejan la complejidad social, el sistema de anotación de nombres y lugares, así como las fechas y la conciencia de un pasado histórico.

Muy relacionado con este códice, el llamado Mapa Tlotzin es singular por su soporte de piel, probablemente de venado, con un formato diferente, ya que se trata de una tira que mide 31.5 por 127.5 centímetros.

En él destacan gráficamente una serie de seis cuevas que, a semejanza de lo ya mencionado en el Mapa Quinatzin, contienen una o varias parejas acompañadas de una chitatli o cesta que contiene un bebé. En este códice nuevamente se hace referencia a un origen chichimeca, el cual, como en el caso anterior, se identifica con el atuendo de los personajes con base en pieles de animales, tanto en hombres como en mujeres. Igualmente, este atuendo cambia posteriormente y se modifica por mantas blancas, probablemente de algodón (Figura 5).

En este documento es notable el uso del color blanco para delinear las cuevas y las mantas de los personajes. Es de llamar la atención el peso que se le da a las genealogías. De cada una de las cuevas de origen se desprenden parejas en las que se anotan sus antropónimos.

Destaca en ese sentido la genealogía de Nezahualcoyotl, ya que sus antecesores no aparecen sentados sobre el asiento que identifica al huey tlahtoani o gobernante supremo. Es a partir de este célebre personaje cuando se le identifica como tal. De manera excepcional, a la espalda de su esposa se anotaron una serie de personajes identificados como artesanos especializados, entre los que se observa a un orfebre, un carpintero, un lapidario y un trabajador de la pluma o amanteca, y cada uno de ellos está acompañado de los instrumentos de trabajo de su especialidad.

Al igual que en la primera lámina del Quinatzin, la agricultura aparece enfatizada mediante una coloreada planta de maíz de gran tamaño, en cuya base aparece una tuza. El tlacuilo anotó con todo detalle a un conjunto de personajes que cocinan y consumen diversos productos. En las glosas que acompañan a las imágenes se anota la importancia del descubrimiento de la cocción de los alimentos y la elaboración de tamales y atole como consecuencia del contacto con los personajes de origen tolteca.

Cabe señalar que en cada una de las cuevas se distingue el topónimo que la identifica como un lugar en el que se establecieron los chichimecas que llegaron del norte y dieron origen a una familia de gobernantes. Así, se pueden leer los topónimos de Tzinacanoztoc, Quauhyacac, Oztoticpac, Huexotla, Cohuatinchan.

Es notable también la modificación en el atuendo de los personajes, ya que al igual que en el Quinatzin, la vestimenta con pieles de animales es sustituida por mantas blancas. En el caso de los antropónimos, éstos aparecen tanto para los personajes masculinos como para los femeninos. Ésta es una diferencia con el Quinatzin, en el que sólo aparecen tres mujeres y ninguna de ellas tiene anotado su antropónimo.

En el Tlotzin, todas las mujeres tienen su nombre sobre el hombro, mediante un lazo gráfico. Gracias a estas anotaciones, se pueden reconstruir las genealogías de cada uno de los lugares.
En este documento, a diferencia del anterior, las glosas en náhuatl son mucho más largas y tratan de explicar las imágenes del códice. Se encuentran distribuidas a todo lo largo de la tira y forman varios párrafos.

Un último documento al que haremos referencia es el llamado Códice en Cruz. A este tipo de documentos se les llama comúnmente “anales”, y son el registro de eventos que el tlacuilo consideró necesario consignar. A diferencia de otros, como el Códice Telleriano Remensis o la Tira de la Peregrinación, en este códice el espacio sobre el cual se registraron los eventos está dividido por medio de líneas horizontales paralelas a todo lo largo del espacio y con una línea horizontal a todo lo ancho en la parte inferior. La base de cada uno de estos espacios está ocupada por un numeral y el glifo del año que le corresponde. La secuencia se inicia en ce tochtli o uno conejo, que corresponde al año de 1402, y continúa a lo largo de los espacios hasta el año 12 pedernal, que corresponde a 1556. Sin embargo, ya sólo es visible el año anterior de matlactlionce acatl, once carrizo o 1555 (Figura 6).

La originalidad de este documento radica en que cada una de sus láminas corresponde a una secuencia de trece años; la fecha se anotó en la base de la lámina, y en el espacio superior, que conforma una barra o columna, se registraron pictográficamente los eventos de ese año. Cada uno de estos periodos se colocó de manera que forman un cuadrado que se inicia en la base de la primera, en una secuencia hacia el extremo izquierdo de la misma, para continuar en la siguiente, de forma que las columnas se colocaron de manera perpendicular a la primera. La tercera sigue la secuencia, de manera que los años se colocan perpendicularmente a los años de la segunda, y así la cuarta coloca los años perpendicularmente a los años de la primera lámina.

Esto obliga a leer el documento de derecha a izquierda en la primera lámina, de arriba hacia abajo en la segunda, de izquierda a derecha en la tercera y de abajo hacia arriba en la cuarta. Esta lectura forma un cuadrado de cincuenta y dos años, ya que cada lámina está dividida en trece. Son un conjunto de cuatro láminas de trece años los que conforman la totalidad. Cada una de las imágenes se delineó en negro y sólo los asientos de los grandes señores o huey tlahtoani están coloreados en un color naranja que refleja la textura del tepotzoicpalli o asiento.
Los temas anotados en cada uno de los años se refieren al nacimiento de los gobernantes de Tezcoco, de Tepetlaoztoc, y de Chiautla, principalmente. Igualmente se anota de manera constante la muerte de los grandes gobernantes de Tenochtitlan; la sucesión de cada uno de ellos es un tema constante. Guerras y conquistas aparecen con los topónimos de los lugares derrotados, así como de los antropónimos de los tlahtoque o gobernantes. El glifo de guerra se repite y son numerosos los guerreros ataviados con complejas insignias que se anotan en diversos años. Sólo se registran dos mujeres; una de ellas es Azcaxochitzin, como sucesora y señora de Tepetlaoztoc a la muerte de su marido Cocopin.

Otro tema que aparece regularmente es el relacionado con la pérdida de las cosechas; las hambrunas se anotan también. Fenómenos naturales como la aparición de cometas y otros fenómenos como heladas y plagas forman parte de los acontecimientos anotados por el tlacuilo.

La llegada de los conquistadores es registrada desde el momento en que se avizoran los galeones desde la costa. Frailes, funcionarios y construcciones europeas son anotadas detalladamente; se registran también las epidemias a partir de la conquista (Figura 6a).

A partir de la conquista aparecen glosas en caracteres latinos para identificar a funcionarios o religiosos. La evangelización se anota incorporando a los personajes vestidos con los hábitos que los identifican como frailes. Un ejemplo de la versatilidad de la escritura indígena tradicional aparece en el caso del antropónimo del virrey de Mendoza. Para él se anotó una tuza con el fin de que su lectura en náhuatl señalara el apellido en español del virrey.

La riqueza de las imágenes y de los eventos anotados en este conjunto forman parte de una herencia cultural mediante la cual se puede reconstruir no sólo la historia prehispánica y los diversos cambios acontecidos en la región del Acolhuacan antes y después de la llegada de los conquistadores, sino que también son muestra de aquello que los antiguos mexicanos decidieron plasmar mediante su sistema de escritura en diferentes soportes, en una o varias láminas, con color o sin él. Sin embargo, todos comparten los mismos elementos que muestran la existencia de una convención gracias a la cual las imágenes concentran todo un lenguaje.

Nota
Las imágenes que se incluyen en este texto han sido tomadas del Fondo Mexicano de la Biblioteca Nacional de Francia, y forman parte del Proyecto Amoxcalli del CIESAS- Conacyt.

 

Bibliografía

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Luz María Mohar Betancourt es doctora en ciencia social con especialidad en el estudio de fuentes pictográficas del centro de México, e investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social. En 1991 recibió el Premio Quinto Centenario. Actualmente trabaja en la digitalización y análisis de los códices del Fondo Mexicano de la Biblioteca Nacional de Francia.
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