Desde el Comité Editorial

No me queda duda alguna –y creo que a ninguno de ustedes tampoco– de que contempla un cielo estrellado en la más profunda oscuridad de la noche es un espectáculo sorprendente y al mismo tiempo sobrecogedor.

Sorprendente, por su enormidad y majestad. Sobrecogedor, por las numerosas preguntas que despierta en nuestra intimidad: ¿Quiénes somos?, y ¿cuál es nuestro papel en esta inmensidad? Son preguntas que nos acosan durante la contemplación. Similar espectáculo también nos ofrece nuestro cielo al mirar el Sol a lo largo del día, desde el amanecer hasta el ocaso.

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